Ignacio era el ayudante de un jeque, había emigrado a Kuwait por problemas económicos.
Un día escuchó decir a su jefe que en un lugar cercano a la mina Al-zeerán, se encontraba un tesoro que habían escondido los otomanos.
El muchacho, como no estaba contento con su trabajo, cogió lo que necesitaba y decidió irse rumbo a la mina en Al- garanga.
Estuvo investigando, haciendo preguntas a los ciudadanos, sin ningún resultado.
Consultó a un bibliotecario que sabía sobre el tema, porque había leído cuantos libros existían sobre tesoros escondidos en la zona; le dio unas coordenadas y le deseó muchísima suerte.
Una vez allí vio unas ruinas y se adentró en ellas; en lo alto había una especie de diana y tuvo que apuntarle al centro con un cuchillo. En el primer intento lo consiguió; se abrieron unas compuertas y al final de una gruta encontró un baúl con novecientas monedas de oro.
Con lo que ganó, volvió a su tierra y montó su propia empresa.
Manuel
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