Todo empezaba en una casa; era enorme, tenía una finca gigantesca y allí se cultivaba chocolate, chuches, algodón de azúcar...
Los niños querían ir de visita porque no se creían que lo que escuchaban en historias del barrio fuese verdad.
Cada vez que entraba uno, salía de allí viendo chispitas de colores; era por culpa del azúcar que se comió.
Yo era la encargada de regar toda la finca. ¡Menuda tarea más divertida!
Tenía suerte, veía como crecían las piruletas, gominolas, caramelos, los bombones... ¡Era mágico!
En mi sueño tenía un despiste: una noche dejé la puerta abierta y entraron con la intención de robarlo todo.
Los ladrones no tuvieron suerte ya que había chicles gigantes con forma de planta carnívora que los atrapaba.
Uno de ellos consiguió despegarse y ayudaba al resto a huir y dejaban lo que habían arrancado tirado.
Al día siguiente llevaba todas esas chuches al cole para repartir con mis profes y mis compañeros.
No me imagino un mundo así, seríamos todos adictos al dulce.
Aroa
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