Un día de verano, cuando estaba con mi madre, mi padre y mi abuela, se nos ocurrió ir a un castillo situado en Castilla León.
El viaje duró mucho, hasta me dormí.
Cuando llegamos, vimos que era enorme, gigante, inmenso... Y podría seguir.
Cogimos las entradas y, por cierto, la cola que había era enorme, gigante, inmensa. Estuvimos esperando media hora. ¡Con treinta grados de temperatura!
Ya dentro, había de todo: cañones, calabozos, mini ventanas, una sala con cuadros..., de todo. Estaba reformado.
Al salir, me di cuenta de que ya eran las dos. Fuimos a comer a un bar, donde bebí una botella entera de agua.
Al final volvimos a casa y hacía frío (menos mal, por la calor que habíamos soportado en León).
Adrián