Cerca de un pueblo muy bonito había un monte al que llamaban Monte Tintineante. Era porque, cuando hacía algo de viento, de su interior salía un sonido que tintineaba como unos cascabeles.
Allí vivía Pedro, un niño con una gran curiosidad por todo y con muchas ganas de saber y aprender.
Tenía una pandilla formada por sus amigos Hugo el torpe, Clara y Andrés.
Su casa quedaba muy cerca del monte y sus padres le tenían prohibido a él y al resto ir al monte; sobre todo, si hacía viento (aunque su abuelo decía que un sonido tan bonito no podía ser nada malo).
Nuestro protagonista, todos los días, se ponía en su ventana un rato a leer, y desde ella podía observar el paisaje; cuando hacía viento, abría la ventana para poder escuchar los tintineos.
La curiosidad pudo con él y decidió llamar a sus amigos para ir. Al principio lo dudaron, pero se armaron de valor y fueron.
Se adentraron en él y, para poder descubrir de dónde venía el sonido, quedaron en silencio para poder guiarse hacia él.
Así, poco a poco, se fueron acercando al centro; allí era más fuerte, pero no vieron nada y decidieron marcharse. Entonces, Hugo tropezó con una piedra y atravesó un muro de musgo que parecía simplemente una piedra y resultó ser la entrada a una cueva: ¡Entraron todos en ella!
Vieron unos cristales rotos colgados de unas cuerdas que, al soplar el viento, pasaba por ellos y producían el tintineo.
Ya sabían por qué tintineaba, pero quién los había colgado...
Desde aquella aventura tenían más curiosidad y, de vez en cuando, iban al monte a intentar averiguar quién los había colgado.
Encontraron una grieta que llevaba a otro extremo del monte; pero, como ya era tarde, volvieron a sus casas.
Al día siguiente volvieron a la zona oculta y, caminando, encontraron una casa antigua y decidieron arreglarla para tener un sitio más cercano al que ir cuando vayan a explorar. Así que fueron a ver al padre de Andrés, que eraa carpintero, para conseguir piezas.
Una vez dentro, vieron un pequeño nido con un polluelo dentro. Cuando Clara se acercó, un enorme y extraño pájaro les atacó y escaparon.
Cuando el ave dormía, alejaron su nido para que también marchase el pajarraco.
Llevaron la cámara para sacrle una foto al ave, pero ya no estaba.
¡CUANTO MÁS EXPLORABAN, MÁS RARO SE HACÍA EL MONTE!
Juan