¡Ya es la hora de levantarse! Son las doce de la noche y tengo que actuar en la fiesta de mi cementerio. Soy el esqueleto estrella, el mejor bailarín y me llamo Franky.
Hoy me siento raro, como si me faltara algo. Traté de levantarme pero no pude y entonces me di cuenta: ¡Me faltaba un huesecito!
Lo único que podía hacer era gritar desesperadamente.
Mi amigo Bartolo se acercó para ver qué me pasaba:
- ¿Qué pasa, Franky?
- ¡He perdido uno de mis huesecitos, así no puedo bailar! ¡Un momento! Tú me puedes dar tu hueso de la cadera; además, eres el batería y no tienes que estar de pie.
- Vale, pero sólo un ratito.
En cuanto me puse el hueso de mi amigo no pude evitar pegar un salto para salir de mi agujero, buscando a mi alrededor: ¿Dónde estará mi hueso?
Vi al sepulturero y a su maldito perro Bob llevando algo en la boca. No descubrí lo que era hasta que pasaron por una de las farolas. Si tuviera corazón, me habría dado un vuelco: ¡Era lo que buscaba! ¡Qué ganas me dieron de azotar a aquel maldito perro ladrón!
Se me ocurrió una idea brillante, busqué una cuerda rápidamente, me quité una de mis costillas, la até y llamé a aquel chucho, el muy tontorrón caería en la trampa.
Me coloqué delante del agujero más grande que encontré y esperé hasta que estuvo muy cerca; le enseñé el hueso, soltó el que tenía, lance el mío al hoyo y cayó sin remedio.
Recuperé mi hueso perdido, tiré de la cuerda para coger el otro y salí en busca de Bartolo. Le devolví el suyo, me coloqué los míos y comenzó la mejor fiesta en mucho tiempo.
Alejandra
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