Había una vez un niño que se llamaba Ricardo.
Lo que más le gustaba del año era la noche de reyes. Siempre estaba preparado para ese día. ¡Nunca se le olvidaba la carta!
En la de este año puso:
Queridos reyes magos:
He estado esperándoos con muchas ganas.
Quiero que me traigáis: un patinete, una libreta, un bolígrafo y unos cascos.
Pero lo que más me gustaría sería ¡Ser el cuarto rey mago!
Aquí tenéis unas galletas y leche para que repongáis fuerzas.
Un saludo, Ricardo.
En la cola para entregarla, estaba tan emocionado que casi no era capaz de guardar su turno.
¡Casi se lleva a todos por delante!
Cuando le tocó, le salió una sonrisa como desde allí hasta Estados Unidos.
¡Bien! - gritó.
Tras su entrega y responder a las preguntas de Melchor, se marchó con su madre a casa.
- Mamá, me voy a la cama.
- ¿Tan rápido? ¡Pero si son las 19:45 horas!
- Ya lo sé, pero si me acuesto pronto el tiempo pasará más rápido y podré abrir mis regalos antes.
- Quédate aquí, así veremos a los reyes dejar los regalos.
Ricardo, todo convencido de que los vería, se quedó dormido ya que no aparecía nadie.
Al despertar por la mañana vio "una pila gigantesca de obsequios".
Lo que había no era lo que había pedido, sino muchísimos más...
Los abrió todos y, cuando llegó al último, encontró una nota con la dirección de los reyes magos y un mensaje:
"A partir de ahora tú eres el cuarto rey mago".
Cogió un avión y se fue a Oriente. Una vez allí, lo hicieron oficial. Desde ese momento son: Melchor, Gaspar, Baltasar y Ricardo.
Antón