En un colegio gallego, en una clase de sexto, había algo un poco misterioso: el encerado.
Cada vez que algún alumno, o incluso el profesor iba a escribir, la pizarra se comía el rotulador hasta que no quedara ninguno, por lo que había que pedir más.
¿Cómo se puede trabajar así?, ¿nuestros dieces?
No iba a ser fácil, o sí, solo había que cambiarlo, pero la historia iba a ser muy corta.
Todos le preguntamos por qué no nos dejaba escribir; no contestó, hasta que amenazó con tirarlo a la basura: "Vale, os lo diré, el problema es que no me tratáis bien y me tenéis todo sucio y roto; es difícil hablar con vosotros, no me hacéis caso y no me atendéis".
Entonces lo entendimos y lo limpiamos, aparte de arreglarlo.
A partir de ahí, no volvió a comerse ningún rotulador.
Adrián
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