Cuando era pequeño, en mi aldea estaba aprendiendo a andar en bicicleta. El perro de la vecina, que era de raza lobezna, entró y, como no lo sabía, grité:
"¡Un lobo, un lobo!"
Mis padres me corrigieron y desde entonces soy amigo del animal.
¡Se me puso el corazón a cien!
Diego
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