En esta tranquila ciudad, dicha noche traía consigo una misteriosa tradición. Cada año, los residentes colocaban linternas de calabaza en sus ventanas para ahuyentar espíritus malévolos. No se sabía quién comenzó esa costumbre, pero todos la seguían con devoción.
Una niña llamada Emily estaba emocionada por su primera noche de brujas. Acompañada de su hermano mayor, Jack, salieron a recoger dulces. Mientras caminaban por las calles iluminadas por linternas de calabaza, la pequeña notó algo inusual: una casa sin ninguna linterna en la ventana; era la antigua mansión de los Wainwright, de la que decían que estaba encantada.
Intrigados, se acercaron a la puerta de la mansión; tocaron el timbre y esperaron. La puerta se abrió lentamente revelando a una anciana con una sonrisa agradable.
"¡Feliz Halloween!" - exclamó la anciana, ofreciéndoles dulces caseros, que aceptaron agradecidos.
Mientras se alejaban, le preguntó a su hermano por qué no tenían linternas de calabaza; le contó una antigua historia: eran los guardianes del pueblo y nunca las necesitaron.
Desde entonces entendieron que el espíritu amigable de esta celebración también residía en lugares inusuales.
Antón
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