Os preguntaréis por qué, es una larga historia...
Cuando nació, al intentar darse la vuelta en la cunita, lo único que consiguió fue darse en la cabeza con una esquina, le salió un buen chichón.
En su prime cumpleaños, al intentar soplar la vela, se quemó; sus padres corrieron con ella al hospital: tenía una quemadura de segundo grado.
Con dos años, empezó a gatear. Su abuelita cosía mucho; un día se olvidó de guardar las tijeras y..., por poco, se queda sin dedo.
A los tres años, le compraron un triciclo; se emocionó mucho al principio, pero al final cayó y se rompió la mano. ¡Pobrecilla! Tan solo era un bebé.
Con cuatro, cuando jugaba en el arenero, cogió un buen puñado de arena y se lo tragó como si fuera chocolate; estuvo una buena temporada en el hospital con dolor de barriga.
Con cinco, ya en el colegio, se golpeó contra un hierro jugando, se abrió la ceja y no quedó otro remedio que cosérsela.
Ya en primaria, la verdad es que no sabía utilizar el material; como era muy curiosa, metió el dedo meñique dentro de un afila y se cortó.
Estuvo toda su vida sufriendo caídas, fracturas, quemaduras, golpes, cortes...
Podría seguir contando más sobre su biografía, pero me llevaría días y días. Mejor os cuento lo que pasó la semana pasada.
Tiene tan mala suerte que, queriendo rescatar a un gato de un árbol, se cayó, y el animal saltó solito. Rotura de la mano, el pie y la rodilla.
Ahora todo el barrio la cuida.
Mayra
Mar: Súper chachi
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