Un día que ni recuerdo me empezó a doler la pierna derecha; un dolor muy fuerte me recorría el cuerpo. Sin saber lo que me pasaba, ese dolor se convirtió en lágrimas.
Mamá, asustada, me llevó en brazos hacia el coche, giró la llave y arrancó. Nos dirigimos camino de Cambre, íbamos a "Urgencias".
Al llegar, nos pusimos una mascarilla quirúrgica. El pasillo me daba una sensación de frío y hacía que mi cuerpo temblara. ¡Estaba aterrorizada!
En la entrada nos atendió un chico con una batita blanca, que nos pidió la tarjeta sanitaria y preguntó qué me pasaba.
Después de explicarle mi raro dolor, empezamos a caminar por otro pasillo estrecho de paredes y azulejos blancos y muchas sillas entrelazadas, donde una cinta prohibía sentarse cada dos : una sí, una no.
¡Por fin mi número!, dijeron en voz alta desde una habitación mi nombre: ¡¡¡CARLA IGLESIAS!!! Allá vamos...
Entré asustada, aunque la sonrisa de aquel doctor me tranquilizó. Subí a la camilla después de quitarme el pantalón, pasó sus manos apretando sobre mi rodilla y poniendo caras raras; sonrió de nuevo y dijo: "No la tenemos que cortar. ¡Ja, ja, ja!"
Me levanté, me vestí y aquel hombre le dio a mi mamá un papel escrito con varias medicinas, que tendríamos que ir a recoger a la farmacia de guardia del Temple. Además le comentó que pidiera una cita en la pediatra para ver cómo seguía y si consideraba que hiciese unas placas.
Llegué a casa muy tarde y con mucho sueño; así que me metí en cama y, antes de dormirme, pensé en cómo sería otra visita al hospital.
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