Todos los alumnos de 4ºB sabían que en la clase había un monstruo, menos Genaro.
Él los conocía a todos, se esforzaba en enseñar y que aprendieran. Contento, preparaba los controles, y cuando se disponía a corregirlos, el animal se los comía.
Le hacía toda clase de maldades: escondía sus rotuladores y alguna que otra vez le daba algún empujón.
Los estudiantes no podían evitar reírse y, aunque querían contarle lo que pasaba, no los dejaba ya que se divertía y se alimentaba de su paciencia y del miedo por las cosas tan extrañas que pasaban.
Durante mucho tiempo investigó, pero no hubo resultados. Así que cambió de plan y cada día que llegaba se sentaba y miraba el techo.
Al principio los demás jugaban, gritaban, corrían y se tiraban por el suelo; pero llegó un momento en que se cansaron y querían seguir aprendiendo.
La tristeza los invadió a todos por no hacer nada y Eosaus empezó a debilitarse, su barriga a deshinchar - ya que no tenía exámenes que comer, se volvió más pequeño y su brillo azul se apagó y desapareció.
El maestro volvió a llenar la pizarra, a corregir y a enseñar con más ganas.
Nunca se enteraron de dónde venía ni para dónde se fue; pero de algo estaban seguros: ¡Jamás volvería!
Joan
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