Había una vez un chico llamado Alberto.
Tenía veinticinco años y acababa de terminar la universidad.
Un día llegó a su casa y sus padres le regalaron un coche que nadie conocía.
Más tarde, paseando, según el tiempo, el vehículo se iba transformando en modelos diferentes: Audi R8, Bugatti Veyron, Ferrari 488 GTB...
Le preguntó a su padre qué clase de coche era y le respondió que lo había creado él con muchísima paciencia.
El hijo estaba muy orgulloso de su padre por lo que había hecho. Tanto le gustaba que fue al taller de pintura y le puso de nombre "El coche supremo".
Empezó a trabajar y estaba muy contento. En cierta ocasión, con mucha tormenta, al no estar programado para este cambio de clima, el coche se estropeó y no llegó al trabajo. El jefe lo perdonó.
Todos los días le veía con el coche distinto, pero siempre con la misma matrícula. Lo empezó a espiar y a preguntarle cómo podía tener tanto dinero, le respondió que su padre era millonario.
Más tarde, se fue al baño, le cogió las llaves y se esfumó.
Pasó el tiempo y ya había acabado sus tareas; buscó a ver si encontraba las llaves y pensó que las había dejado en el coche, pero no las encontró.
Tuvieron que ir a buscarlo y se enfadaron con él por no haber estado pendiente.
Avisaron a la policía y lo encontró. Se deprimió muchísimo porque era su jefe.
Pusieron un sensor que le iba a permitir saber siempre el lugar en que estaría.
Alberto se puso a buscar otro trabajo y lo encontró donde había un compañero suyo de la universidad, llamado Rubén, que trabajaba de mecánico, era el jefe de taller.
Le contó que tenía el coche supremo y se quedó alucinado por sus transformaciones.
Ya de nuevo trabajando, un muchacho encapuchado le pegó un tiro y le volvió a robar lo que tanto adoraba.
Enterado su papá, le dio a un botón y el vehículo se autodestruyó: el conductor era Rubén.
Todos los días le veía con el coche distinto, pero siempre con la misma matrícula. Lo empezó a espiar y a preguntarle cómo podía tener tanto dinero, le respondió que su padre era millonario.
Más tarde, se fue al baño, le cogió las llaves y se esfumó.
Pasó el tiempo y ya había acabado sus tareas; buscó a ver si encontraba las llaves y pensó que las había dejado en el coche, pero no las encontró.
Tuvieron que ir a buscarlo y se enfadaron con él por no haber estado pendiente.
Avisaron a la policía y lo encontró. Se deprimió muchísimo porque era su jefe.
Pusieron un sensor que le iba a permitir saber siempre el lugar en que estaría.
Alberto se puso a buscar otro trabajo y lo encontró donde había un compañero suyo de la universidad, llamado Rubén, que trabajaba de mecánico, era el jefe de taller.
Le contó que tenía el coche supremo y se quedó alucinado por sus transformaciones.
Ya de nuevo trabajando, un muchacho encapuchado le pegó un tiro y le volvió a robar lo que tanto adoraba.
Enterado su papá, le dio a un botón y el vehículo se autodestruyó: el conductor era Rubén.
Pablo
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