De entre todas las aves del universo egipcio, la más hermosa era el ave Fénix. Del tamaño de un águila majestuosa, su plumaje tenía colores encendidos como el rojo y el oro.
Vivía quinientos años, y no tenía la capacidad de reproducirse como los otros animales.
Cuando sentía que su muerte estaba próxima, viajaba volando desde Egipto hasta Etiopía, donde construía su nido con ramas de plantas aromáticas, como el incienso o algunas resinas; después se tumbaba en él y esperaba a que los rayos solares encendieran aquellas ramas secas, con lo que se quemaban tanto ella como todas las plantas. Por ello, quedaba convertida en cenizas aromáticas.
Al poco tiempo, de aquellas cenizas surgía un gusano pequeño, que crecía y se iba formando hasta convertirse en una nueva ave Fénix.
Por tener esta capacidad de resurgir de sus propias cenizas, se la relacionaba con la resurrección de los muertos; también con el dios Ra, porque se creaba a sí misma y porque los rayos solares eran los que encendían la hoguera de su nuevo nacimiento.
Vivía quinientos años, y no tenía la capacidad de reproducirse como los otros animales.
Cuando sentía que su muerte estaba próxima, viajaba volando desde Egipto hasta Etiopía, donde construía su nido con ramas de plantas aromáticas, como el incienso o algunas resinas; después se tumbaba en él y esperaba a que los rayos solares encendieran aquellas ramas secas, con lo que se quemaban tanto ella como todas las plantas. Por ello, quedaba convertida en cenizas aromáticas.
Al poco tiempo, de aquellas cenizas surgía un gusano pequeño, que crecía y se iba formando hasta convertirse en una nueva ave Fénix.
Por tener esta capacidad de resurgir de sus propias cenizas, se la relacionaba con la resurrección de los muertos; también con el dios Ra, porque se creaba a sí misma y porque los rayos solares eran los que encendían la hoguera de su nuevo nacimiento.
Martín