
La tortuga ya había cambiado y nadie la reconocía, así que comentaban:
- Mira, ¿la conoces?
- No, pero me encantaría ser su amigo.
Un día, estaba sentada ella sola y la invitaron a tomar algo. ¡Qué orgullosa estaba!
Poco a poco fue haciendo amistades; pero con frecuencia se acordaba de que ya no tenía padre ni madre. Aun así, estaba bastante contenta:
¡Es mejor tener amigos que encontrarse solo!
(Continuará)
Samuel
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