- Vamos a IKEA a comprar un batidor de leche y de paso gastamos gasolina.
Entonces me arrastró hasta el coche de una oreja.
Llegamos y compramos el batidor, que era diminuto y solo costaba dos euros.
Salimos y dice:
- Tengo un hambre que se me salen los riñones.
Nos acercamos a un restaurante italiano y entramos.
Lo peor es que costaba una barbaridad.
Entramos y era un "buffet" libre. Ella comió toda la lasaña preparada y yo la pizza.
Estaba a punto de reventar, cuando dice:
- Ahora toca el postre.
- No voy a tomar.
- ¿Estás teniendo en cuenta que he pagado una barbaridad para que no tomes postre?
No me quedó otra que hacerle caso. Salí mareada y con nauseas.
Llegamos a casa y solo me apetecía admirar lo que había alrededor de mí y del sofá.
De repente, escucho a mi madre decir a mi madre unas palabras un tanto extrañas: "Rey Plasti Plasta ni carini italini cola plati macarroni". Me acerqué y le pregunté que hacía y, nerviosa, me contestó: "Galletitas para la abuela".
No la creí, la seguí hasta el mercado italiano. Estaba comprando ingredientes que no eran para galletitas, sino para macarrones con tomate. Pensé que sería uno de sus platos que al final nadie se come.
De vuelta, se lo comenté a mi abuela:
- Macarrones con tomate...
- ¡Qué! ¡Mi hija cocinando esa brujería!
- ¿De qué hablas?
- Es una larguísima historia, por eso no te la voy a contar.
Noelia
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