Había una vez una niña llamada Paula que salió a pasear con sus padres a la playa. Cuando llegaron, los adultos escogieron un sitio cerca de la orilla para que, cuando la niña se metiera, pudieran vigilarla.
Todo iba bien hasta que los mayores se quedaron dormidos.
Aprovechando la situación, la protagonista decidió zambullirse en el océano.
Mientras nadaba y sin darse cuenta, se fue alejando, con tal mala suerte que una ola la arrastró y la llevó mar adentro.
Como podía pedía auxilio, pero no se le oía. Finalmente no tuvo fuerzas y se desmayó hundiéndose en la profundidad.
En esos momentos pasaba yo navegando en un submarino que me había tocado en un sorteo. Lo estaba estrenando, muy emocionada. Iba concentrada probando todos los botones, cuando de repente chocó con el parabrisas una especie de estatua; me sorprendió porque tenía cabello largo, rubio y brillante como el oro. No pude evitar pensar que quizás fuera una obra valiosa que podría hacerme millonaria. Así que decidí parar, ponerme el buzo y salir a recoger ese tesoro.
Un vez fuera, al acercarme, me di cuenta de que no era nada de lo que había imaginado.
Se trataba de una hermosa niña que estaba más para el otro barrio que para este.
Inmediatamente la llevé como pude a mi vehículo. Una vez dentro, pulsé el botón de auxilio y en un abrir y cerrar de ojos llegó un gran equipo de rescate.
Para mi sorpresa, lo formaban viejos amigos del cole. ¡Sí! Ahí estaban: Pablo, Guille, Joan, Andrés, Antón y Nacho. ¡No podía creerlo! Cómo niños con gustos tan distintos podían haber escogido la misma profesión.
No era momento de preguntarles, así que los saludé con la mano y les enseñé la niña.
Hicieron su trabajo con tanto éxito que lograron revivirla.
Cuando esta volvió a la tierra, más bien al mar, nos contó lo que le había sucedido.
La llevamos de vuelta con sus padres.¡Oh, no! ¡Qué ven mis ojos! Aquellos padres parecían langostas; tenían el cuerpo quemado. Al parecer, la siesta había sido larga; pero eso no era lo único sorprendente, pues también los conocía. Eran Julen y Mayra, ¿cómo podían haber terminado juntos? Puedo asegurar que, siendo niños, no se gustaban.
Al vernos llegar, para agradecérnoslo, nos invitaron a cenar al restaurante más famoso de la zona. Entramos y nos sentamos... ¡No podía ser real! La gran chef era Mar; había seguido los consejos de su padre y había triunfado. Sus compañeros de cocina eran Bernardo y Noa, especialistas en comida japonesa; y Diana, Tania y Vera Castro, en postres. Iago y Álvaro eran los encargados de manejar el dinero.
¡Esto no era todo! Al terminar la cena, me di cuenta que el restaurante llevaba de nombre "Don Genaro". ¿Quién podría ser el dueño? Parecía todo surrealista.
Al salir de aquel lujoso lugar, se acercó Diana a entregarnos unas invitaciones para una obra de ballet en el teatro de la ciudad. ¡No os lo vais a creer! Las bailarinas eran Valentina, Vera Vázquez y Aroa.
¿Cómo podía haber tanta coincidencia?
Al llegar a la función. me di cuenta que estábamos allí casi toda la clase.
Al finalizar el baile se apagó todo el teatro. De repente aparecieron Mauro y Bruno, que se pusieron a contar chistes y a hacer monólogos.
Mientras todo esto ocurría, yo me pellizcaba. No podía entender qué pasaba.
A la salida, pasó una limusina, que se paró delante de nosotros, se bajó la ventanilla y... ¿Quiénes eran? ¡Sí! Gael y Zaira: se habían hecho famosos por crear la familia canina más grande. Luca había tenido muchos perritos y Zaira había aprovechado esta situación para publicarla por internet y lograr millones de seguidores.
¡Ay! ¡Qué susto! Se le cayó a Andrea un cuadro que estaba haciendo en clase para nosotros, y me desperté.
¡Qué sueño tan molón!