Era una tarde soleada, paseaba con mi bicicleta por el monte junto a unos amigos, y nos encontramos una extraña cueva; no le dimos demasiada importancia y seguimos nuestro camino.
Media hora después, a punto de irnos, encontré un pequeño perro comiendo un trozo de pan. Me dio mucha pena, lo cogí y lo llevé para mi casa.
Una vez allí lo lavé y miré a ver si tenía algún collar; como no llevaba nada, me lo quedé. Le caía muy bien, por las noches se acercaba a mí y me miraba todo el rato.
Como me gustaría saber qué pasaba, empecé a buscar información; me sorprendió mucho al ver que su antiguo dueño lo abandonó en el monte a media noche.
Desde que me enteré de eso, dejo que me mire y duermo tranquilo; así también tendrá más confianza en mí.
Iago
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