Su casa era muy tranquila y feliz. La madre se encargaba de hacer las tareas y cuidar a sus hijos; el padre trabajaba también, fuera de casa, y pensaba que era la única persona que lo hacía; por lo que, al llegar a casa, a descansar: ¡Su mujer no hacía nada!
A Javier le encantaban los juegos violentos, como el fortnite. Nadie le enseñó a hablar ni a escuchar, sino a luchar.
Soñaba con que, al llegar a la adolescencia, tendría una novia que lo escuchara atentamente y que se riera de sus chistes.
Le gustaba Marta, la más guapa, y así sus amigos lo envidiarían.
Se fueron a vivir juntos, descubrió que a ella se le deba mejor arreglar todo lo que era necesario y no quería, ni siquiera, lavar su ropa...
A la chica no le gustaban sus chistes, porque eran de mal gusto. Él se enfadó y, como no le habían enseñado a hablar, actuó como siempre: violentamente. Marta, como era más baja y más delgada, no pudo defenderse.
Alguien la escuchó llorar y fue a ayudarla; nuestro protagonista acabó en la cárcel. Ojalá le hubieran enseñando a comportarse, a ser persona y a entender que hay muchas formas de ser mujer.
Valentina
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