En una montaña al norte de Irlanda había un árbol con frutos que daban poder a quien se los comía. Eran pequeños como cerezas, de muchos colores; pero sólo nacían una vez al año en la copa más alta.
Un día un niño estaba jugando con la pelota cerca y vio caer una nave espacial con un alienígena. No se asustó y se hicieron rápidamente amigos.
Jugaban allí, hasta que descubrieron los frutos y se los comieron. Con ello, intercambiaron sus cuerpos; muy contentos, decidieron que el alien se fuera a casa del niño, y éste a Marte. Así hasta el año siguiente, cuando volviese a dar sus frutos.
David López
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