- AAAaaaaaaaahhh- gritó el niño.
- No te asustes, no te voy a hacer nada. Soy Emilio, ¿cómo te llamas tú?
- Yo soy Antón.
- No tiembles, no te voy a hacer nada.
El niño le creyó y dejó de temblar. Los dos se hicieron amigos y empezaron una conversación normal:
- Yo tengo 459 años, ¿y tú?
- Yo nueve, voy a cumplir diez en julio.
- ¿No es muy tarde para que estés en la calle?
- Estaba pidiendo caramelos, hasta que llegaste tú.
- Si quieres me voy y sigues pidiendo caramelos...
- ¡Nooooo! No te vayas, quédate conmigo.
- ¿Quieres que te ayude a conseguirlos?
- No hace falta...
- Es verdad, como soy un fantasma.
- No es por mal, pero si vienes, me quedo sin caramelos.
- Me voy, ya no pinto nada aquí.
- Me voy, ya no pinto nada aquí.
- Lo siento mucho.
Emilio se fue triste, pensando que nunca iba a tener amigos, sólo a su araña Mandíbula. Y Antón se quedó fastidiado por haber dejado de lado a su amigo.
- ¡Espera, no te vayas! - le gritó el niño.
- EEeehh...
- Por favor...
- ¡¡¡Nooo!!!
- Te hago mis famosas galletas de chocolate con nata.
- De acuerdo.
- Vamos.
- Pero no vas a tener caramelos.
- Me da igual, me importas más tú.
- Gracias.
Antón se fue a casa y le contó todo a su madre. Ella no se lo creía, le parecía fruto de su imaginación.
Al día siguiente se volvieron a encontrar:
- Hola, Emilio.
- Hola.
- A mi madre le parece una locura que sea tu amigo.
- ¿Y te importa que piense así?
- No, a ti no te dejaría por nada.
Y fueron buenos amigos para siempre.
Uxía
Un cuento fantasmagoricamente bonito. Sigue escribiendo Uxía, lo haces muy bien.
ResponderEliminarEl fantasma Emilio.