Un día conoció a un niño llamado Willow y entre ellos surgió una gran amistad.
El animal le contó su problema, ante lo que el niño le dijo que no se preocupase, que hablaría con el mago Merlín. Hacia casa de éste se dirigieron.
Al llegar a su destino, llamaron a la puerta, pero no hubo respuesta. Decidieron entrar y encontraron al mago haciendo un conjuro. Al verlos, perdió la concentración y las palabras mágicas se volvieron en su contra, convirtiendo su barba blanca en negra. Empezaron a reír a carcajada limpia.
Ya calmados, les preguntó a qué se debía la visita y se lo explicaron. No podía ayudarles, ese tipo de magia sólo la podían realizar los dragones.
¡Qué decepción! Iban tan tristes que ni cuenta se dieron de que pasaban por un acantilado. En ese momento se desprendieron unas rocas enormes.
El dragón, que surcaba el aire, al ver a su amigo en peligro, sacó una gran fuerza y al abrir la boca lanzó dos grandes llamaradas, destruyendo las dos rocas.
Ambos se fundieron en un abrazo y su amistad perduró para siempre.
Diego López de Uña
¡Que raro un dragón sin hechar fuego¡
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